Texto: Gustavo José Cingolani
Lectura: Juan Pablo Fernández
Ilustración: GGR y Margarita
Dejate de joder, qué vas andar contando monedas. Este te lo invito yo, tomá. Cuántos cafés me compraste en todos estos años. Mirá si no te voy a invitar. ¿Una medialuna? Tomá.
Gracias, Negro. Sí, es de no creer. Veintiocho años de laburo, entré en el 62, era un pibe. Mi abuelo ya se había jubilado, a mi viejo le quedaban unos años. Tres generaciones de ferrucas y hoy, con los compañeros entregando las pilchas, haciendo la fila, parecíamos los soldaditos de Malvinas cuando se rendían a los ingleses. Lo que me dio una broca bárbara fue encontrármelo al hijo de puta de Maidana, de señaleros. El que estaba en la casilla entre Caseros y Coronado. El hijo de puta ese era famoso porque se llevaba las pibitas de la calle a pasar la noche en la casilla de cambios por un plato de comida, el muy hijo de puta. Y bueno, ese se acomodó. Cuando llego a la mesa con el bagayo para firmar el vale me lo encuentro llenando las planillas; todavía, sobrador, me señala al pendejo que estaba al lado, un guacho de traje que no tenía 30 años y me dice: El señor es de recursos humanos, de personal, me aclara. ¿Y? Le digo, ¿me va a devolver el laburo?
El tipo miraba para otro lado. Le firmo la planilla, me doy media vuelta y me voy. En eso escucho que Maidana me llama. El calzado, me dice. El calzado. Qué, le digo. Que tenés que devolver el calzado, los botines. Y qué querés, que me vaya descalzo a mi casa. Mirá, me dice, a mí me importa un carajo como te volvés a tu casa; los botines de laburo figuran en la planilla y los tenés que dejar.
Me agarré bien fuerte los huevos y le dije: ¡Esta te voy a dejar, hijo de puta! Maidana amagó a pararse y el de personal le puso una mano en el hombro y le dijo: Déjelo. Me miró y me hizo una seña con la cabeza, como para que me fuera. ¡Mierda le iba a dejar los timbos de laburo! Me dije para mí: si muero es con las botas puestas. Además, mirá lo que son las cosas, vos sabés lo que le pasa a la gente que la agarra el tren: se le salen los zapatos. Si, se le salen los zapatos. El golpe es tan fuerte, esto me lo explicó un compañero, el cuerpo se contrae, entonces es como que los zapatos le quedan grandes y con el impacto salen disparados para cualquier lado. Yo no lo sabía, imaginate que en tantos años me tocó más de uno. Ni me lo imaginaba cuando me dieron la locomotora. Pensá que mi abuelo y mi viejo habían arrancado poniendo durmientes y yo, ahora, manejaba el tren. En casa estaban locos. A mi vieja solo le faltaba ir a la feria con un cartel “Mi hijo es motorman”. Y bueno, era el precio que había que pagar, lo único fulero que tenía este laburo. Cada dos años más o menos, alguno te engrasaba las vías. Te acostumbrás. Del que te acordás siempre es del primero. Te acordás porque es la primera vez que lo escuchás al tren comerse a alguien. El tren te habla, te cuenta lo que está haciendo y vos te vas dando cuenta lo que está pasando por los ruidos que hace. Esto también me lo explicó un compañero: los ruidos viajan más rápido por lo sólido que por el aire. ¿No viste en las películas de convoy cuando quieren afanar un tren que para saber por dónde viene apoyan la oreja en el riel? Cuando manejás la locomotora y tenés agarradas las palancas de marcha y de freno bien fuerte con los puños apretados, por ahí te entran todos los sonidos, escuchás todo. Si te llevás puesto a alguien pueden pasar dos cosas: que se te plante en la vía cuando estás a cincuenta o sesenta metros, con ese no hay duda, es suicida, pero también está el que te aparece de golpe, ese puede ser un boleado. Uno que anda en bicicleta, una vieja con las bolsas de la feria. Esos son boleados. Después los ruidos son los mismos. Entran por las ruedas, suben por los ejes hasta la carrocería, envuelven las transmisiones, llegan a los comandos, se te meten en la mano y de la mano al brazo y por el brazo hasta la cabeza. Se quedan ahí. Lo primero es un golpe seco, un ¡Pum! Después una fracción de segundo de silencio y después los huesitos, escuchás cómo se rompen los huesitos. Cagate de risa. ¿Viste cuando comés pollo con la mano? Igual. Crack, crack, crack. Te lo juro, se escucha todo. Pero si te estoy volviendo loco con todo esto. Mejor me voy. ¿A dónde? No sé. Qué sé yo. En casa no saben nada, saben que hay problemas, nada más. A vos por lo menos te quedan los termos, la bici, el carro. En el centro comercial vas a trabajar igual. Yo, lo único que tenía era el tren. Chau Negro, suerte. Un día de estos nos vemos.
¡Negro! ¡Negro! Poneme dos cafés.
Che, ¿qué pasa en las vías? ¿Qué es ese quilombo?
Nada. Estaban moviendo la disel que va a desguace y un loco se mandó a engrasar las vías. Lo sacaron de abajo de la máquina y, sabés qué, mirá qué loco el chabón, tenía los botines de laburo atados a los pies con alambre.