Texto: Germán Ulrich
Lectura: Cristian Acevedo
Ilustración: Sebastián Irigoytia
Yo no sé si me despertaron los gritos de la gata o si fueron los de los vecinos, pero la cuestión es que me desperté y resulta que mi pieza está anegada hasta el colchón. O puede ser que me haya despertado el frío que me empezó a subir por las costillas mojadas, porque ahora que estoy sentado en el catre el agua me llega hasta el ombligo. No sé qué horas serán, ya han de haber pasado las de la siesta: a esas horas me acosté a descansar. Cuando volví todos andaban haciendo alboroto, aunque a mí eso no me importa porque si algo sé es que no hay que andar haciendo preguntas: lo que saca uno es que lo agarren para la chacota. Cuando iba llegando me paró el Julio, el que muele a palos a la mujer, y me dijo: Nicasio, volvete que se viene el agua. No le hice caso, al Julio no hay que hacerle caso. Siempre me anda engañando. Y además venía muy cansado de andar toda la mañana tirando del carrito. Me canso mucho más desde que me quitaron el caballo. La policía vino con unas señoras de la protectora y me lo sacaron sin muchas explicaciones; lo único que me dijeron fue que yo le pegaba al pobre, y cuando les dije que le daba un rebencazo cuando se hacía el loco, saltó una de las viejas y le dijo al oficial que proceda porque el señor, que era yo, había confesado los maltratos. Así me quedé sin caballo. Y el Julio, que no sabe lo que es estar cansado, me vino con que me tenía que volver. ¿Y adónde me iba a volver yo? Después se me arrimó la Chela, la mujer del Julio, y me vino con lo mismo: volvete, Nicasio, que está todo mal. Yo pensé: ¿y cuándo estuvo todo bien? Y tampoco le hice caso, aunque ella es buena conmigo. Ahora no encuentro ni el pantalón y la gata anda a los gritos como cuando tiene hambre, y capaz que tiene hambre la desgraciada. Hace días que no para de llover y entonces cuál sería la novedad de que se venga el agua. Después el loco soy yo. Esa es otra: loco Nicasio de acá, loco Nicasio de allá, y eso es porque no me comprenden. Yo no sé cuándo empezaron con eso, pero me di cuenta la vez que salí a caminar mientras llovía. Si me gusta la lluvia no sé qué tiene de malo que la aproveche. Si a ellos no les gusta, allá ellos, pero de ahí a decirme loco por eso, hay un trecho. Acá los únicos que me tratan bien son mi hermana y el marido, que viven en la casita de adelante y me dieron esta pieza que antes era el galpón de ellos. Y la Chela. Para todos los otros soy el loco de los cartones. Loco en serio me voy a volver si esta gata no se calla un poco. Ahora se subió al ropero y desde ahí me muestra los dientes. Yo no la quería. Mi hermana me la dio para que corra el laucherío que siempre tenían en el galpón. Y al final tuvo toda la razón del mundo: salvo las cucarachas que salen disparando cuando prendo la luz de noche, no hay otros bichos en mi pieza. El agua ya pasó la ventana y mi silla anda flotando junto con unas botellas. No entiendo cómo puede subir tan rápido. Le tendría que haber hecho caso a la Chela. Ella nunca me dijo una cosa por otra. La primera vez que me vino a visitar era de noche. Sentí unos golpecitos en la puerta y abrí. Estaba agachada haciéndoles fiestas a los perros de mi hermana. Le pregunté qué hacía acá y me tapó la boca con una mano y apagó la luz. Vinimos hasta el catre y nos quedamos abrazados un rato. Después ella se sacó la ropa y me decía, susurrando: Nicasio, Nicasio. Esa noche me trató muy bien, me besó en el pecho y en la boca y en otras partes. Y me montó como si yo fuese un caballo pero al revés, y puso mis manos en sus tetas y yo se las levantaba para que no le golpearan en la panza. Después me dijo que se las chupara y yo se las chupé, aunque no tenían gusto a nada. También me trajo comida que había cocinado ella y la comimos acá arriba del catre. Desde esa noche supo venir seguido, cuando el Julio se iba por ahí y se dormían los hijos, que son cinco o seis. Acá todos tienen muchos, como mi hermana, que me dio el más chico de ahijado. Si la Chela me dijo que me volviera debe haber sido por algo. Pero yo me quería venir a mi pieza a descansar. Hay que ver cómo cansa andar tirando del carrito desde antes que amanece; yo salgo cuando todavía está oscuro, para levantar lo que dejan los de la noche. Y para que no me molesten los de siempre: nunca faltan los que se entretienen gritándole y tirándole cosas a uno, como a muñeco de kermese. Si tuviese el caballo sería otra cosa, pero ya no me lo van a devolver más. La gata se calmó un poco y en el barrio no se escucha nada. Parece como cuando salgo a trabajar, que están todos durmiendo. Esa es la mejor hora, no hay ningún peligro cuando no anda nadie por la calle. De lo único que me tengo que cuidar es de los perros, que te apuntan a los garrones. Menos los de mi hermana, que ya me conocen. Tengo que abrir la ventana, a ver adónde andan, no se los siente. Pero la ventana no se puede abrir, así que no sé adónde andarán esos pobres perros. Tengo el agua en el pecho, ¿dónde estará mi pantalón? Uno no va a andar desnudo por la calle. Y si acá pasa esto, afuera debe ser lo mismo, y la casita de mi hermana estará toda inundada. Tengo que ir a ver. Con toda esta agua no se puede ni caminar y si me muevo mucho choca contra las paredes y rebota y me pega en el cuello. La puerta está sin llave, pero igual no la puedo abrir y ya casi no se ve nada. La gata se tiró arriba de la silla que flota y se prende como puede, con las uñas, pero está toda mojada y no deja de chillar. La Chela debe estar bien, se iba para el lado del centro con el Julio y con las criaturas. Ella no es linda de ver, sin embargo en lo oscuro qué bien se siente, qué suavecita tiene la piel de la espalda y de las tetas. ¡Qué frío hace! Me pongo en puntas de pie para que no me entre agua por la boca. Menos mal que la gata desde hace un rato ya no grita. Me tendría que subir al catre, pero no, ahí anda boyando patas para arriba. ¿En qué cabeza cabe que haya toda esta agua en plena ciudad? Ya me está tapando y no hay adónde subirse, así que me voy a prender del tirante del techo. Le voy a rezar a la virgencita para que me socorra, como siempre lo hace. Cuando me siento mal y tengo ganas de agarrar un palo y salir a pegarles a los perros que me garronean y a los vecinos que me gritan cosas, nomás me acuerdo de la virgencita, le rezo unos avemarías y hay que ver cómo me calmo. También le voy a pedir que me saque un poco este frío y que haga un escurrimiento. Ya casi no hay lugar entre el agua y las chapas y me chocó la gata, que parece que se murió. La virgencita se está demorando porque cada vez tengo más frío y el agua no baja. Me tiemblan las manos, no doy más del cansancio. Voy a gritar lo más fuerte que pueda, con suerte me va a escuchar alguien, ojalá que sea la Chela, que venga y se me suba arriba, como ella sabe, y me abrace fuerte.